Matías Machado. La medida de las cosas.

 

José Luis Pérez Pont

 

Para su exposición en Magatzems Wall & Video, en Valencia, Matías Machado presenta la planta a escala real del que fue su estudio en Berlín durante siete meses, en WeserStrasse 50 13347, junto a una maqueta a escala 1:100 de dicho espacio, realizada por Wolfram Beyer, así como un vídeo que documenta el proceso de creación de la maqueta. Hace tiempo que Machado viene trabajando acerca de la idea de espacio, de la relación que mantenemos con el entorno próximo y de cómo la arquitectura cotidiana –esa que no acapara la atención del turista- es capaz de convertirse en una unidad de medida con la que construir un discurso de lo razonable.

 

Pero en realidad la insensatez general se ha adueñado durante décadas del rumbo de los acontecimientos, como cuando un avión es secuestrado en el aire y el piloto se ve forzado a variar extrañamente la ruta del aparato. Ante la incredulidad inicial, y visto el desarrollo del proceso, parece evidente que el llamado “mundo desarrollado” vive ahora sumido en los tristes restos de lo que fue una gran hoguera de las vanidades. Quizás la imagen que mejor condense esa idea del absurdo sea Las Vegas 1 , una ciudad que se entrega a una total desmesura y sin embargo nada allí es propiamente sublime. Lo grandioso cede su lugar a lo grotesco y la exageración de las proporciones no conduce a la admiración sino al ridículo. Aún cuando la arquitectura de Las Vegas sea imponente, quizás más impresionante en tamaño y en efectos puramente visuales que las principales obras de la humanidad, como las pirámides de Egipto o los templos aztecas, no podemos decir que el sentimiento que se tiene al contemplarla tenga nada que ver con una impresión de respeto o de pavor ante la magnitud. El exceso que caracteriza a Las Vegas no responde a la grandeza infinita sino al simple énfasis cómico. Algo parecido sucede al visionar imágenes de los grandes dictadores del siglo pasado en Europa, sus actitudes, sus gestos, sus discursos… todo en ellos es una concesión ególatra e infantil. Lo alarmante es la eficacia con la que la zafiedad de los discursos y de las formas es capaz de filtrase y contagiar de absurdo los corazones humanos. Por el contrario, la democracia existe a través de la preocupación constante e incesante de los ciudadanos. Si esa preocupación se duerme, la democracia se muere . Y, por tanto, no puede haber una democracia o una sociedad autónoma sin ciudadanos autónomos, dotados de libertad individual y responsabilidad individual en cuanto al modo en que la usan.

 

En el espacio público se ha escenificado, y se escenifica, de modo simbólico el carácter de cada tiempo y la forma en la que cada sociedad ha podido entender su papel en la construcción del mundo. Finalmente se trata de apostar por unos modelos u otros. La opción, por todos conocida, que acaparó la atención mayoritaria fue la de potenciar el valor de lo tangible, llevando hasta el extremo la exaltación del exceso como valor añadido. Ese camino equivocado, de opulencia falaz, deja sobre la mesa una factura en forma de costes ambientales y humanos que no encontrarán una compensación a medio plazo. La contaminación y el agotamiento de recursos, de una parte, pero también la pérdida de ponderación en las conductas individuales, la frustración y el desaliento de quienes interpretaron sus vidas –de quienes se interpretaron a sí mismos- en la medida de sus posesiones y comodidades.

 

Matías Machado, de múltiples maneras, desarrolla a través de su práctica artística una exaltación de su entorno de trabajo como herramienta a partir de la que denominar y medir su realidad, mediante su intervención y la representación a escala de su arquitectura. Su voluntad de incidir en mostrar al público un espacio carente de lujo y ornamento, un lugar corriente, para convertirlo en eje de su obra, aporta elementos que quieren poner en cuestión los formatos espectaculares de la arquitectura y la continuada insistencia programática del poder en convertir cualquier circunstancia en un “evento”, revelando que para quienes han sido inoculados con el virus del maximalismo lo sencillo, lo natural, carece ya de interés. Necesitan recrear la historia mientras viven sometidos a una cadena incesante de emociones que les certifique que su vida es algo extraordinario, con acontecimientos dignos de ser contados. Las instancias que organizan y diseñan las estrategias de control de las masas han comprendido que, en lugar de las cadenas de montaje, éstas deben compartir engranajes narrativos. Mejor que la disciplina, compartir supuestamente una historia colectiva que los convierte en funcionarios voluntarios de la globalización. La potencia a menudo incomprendida del neocapitalismo –y su violencia simbólica- ya no reside, como era el caso desde la revolución industrial, sólo en la sincronización del capital y del trabajo: consiste en crear ficciones movilizadoras 3 , en comprometer a todos los “socios” o “partes implicadas” en unos guiones premeditados que den satisfacción a los objetivos perseguidos.

 

Con la misma determinación que se estimula la creación de citas sociales que contribuyen a confeccionar el relato de la ficción con la que se quiere maquillar la realidad, se implanta un modelo de “globalización de la nada” 4 que hace proliferar espacios lúdicos que son en realidad no-lugares, artículos de consumo convertidos en no-cosas, trabajadores transformados en no-personas que ofrecen no-servicios para dar vida al guión.

 

Con ese panorama, intervenciones como la realizada con spray por Machado sobre la explanada de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia adquiere la potencia romántica del enfrentamiento de David contra Goliat. La sencillez y ligereza del trazo de la planta de su estudio de trabajo en Berlín sobre los adoquines de un espacio urbanística y arquitectónicamente concebido como puro reclamo publicitario, representante de la arquitectura del personalismo insolidario, desmonta, con una sola acción, todo el artificio creado por toneladas de vidrio y hormigón. La arquitectura, comprendida como medida de dimensión social, para ser servicial, debe traducir la experimentación en modelos para la gran masa de arquitectura corriente 5 , que es lo que, finalmente, constituye la imagen representativa de los paisajes urbanos.

 

 

 

1 Bégout, Bruce. Zerópolis. Anagrama, Barcelona, 2007.

Bauman, Zygmunt. Europa. Una aventura inacabada. Losada , Madrid , 2006.

3 Salmon, Christian. Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes. Península, Barcelona, 2008.

4 Ritzer, George. La globalización de la nada. Popular, Madrid, 2006.

5 Bohigas, Oriol. Contra la incontinencia urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Electa, Barcelona, 2004.